jueves, 2 de enero de 2014

Apps ANTICLIMAX

Con la popularización de las nuevas tecnologías, se ha descubierto un filón de inventiva humana sin límite: las
aplicaciones de móvil.
Y es que podemos encontrar desde las más inútiles de mundo, como esa que reproduce el papel de bolitas para que te diviertas explotándolas virtualmente, hasta las geniales que te permiten descubrir el nuevo garito de moda, te llevan, y puede que incluso te pidan una copa.
Pero claro, a mí lo que me divierte es la inventiva a la hora de folletear, y que también está permitiendo desarrollar aplicaciones de lo más ingeniosas.
Sin duda, la más cortarrollos que he visto últimamente es una nueva aplicación islandesa que está triunfando de lo lindo entre los 300.000 habitantes de esta isla, y que se llama Islendinga. Se trata de una aplicación que permite ver el grado de consanguineidad existente entre dos personas con sólo entrechocar los móviles, como medida de prevención contra el frecuente “incesto” que se produce en este pequeño país.
Pongamos un ejemplo para ser más gráficos:
Imaginemos una noche de marzo a la afueras de Reikiavik.
Arinbjörno, muchachote de casi dos metros y 120 kg está aburrido en su cabaña de madera, harto de pescar arenques, observar focas y mirar auroras boreales.
  1. -          Esta noche salgo y follo- se dice con entusiasmo.
Coge su chaquetón, guantes, bufanda, botas…y se dirige a uno de los escasos bares de la ciudad. Se pide medio litro de cerveza para ir entonándose y observa a la clientela.
Por otro lado, Kristbjörg, estudiante en la ciudad, 1,80m y 70kg, ha decidido salir de marcha con sus compañeras de piso, tras interminables meses de estudio y oscuridad.
  1. -          Esta noche ligamos-  se dice mientras se ciñe su minifalda de lycra y las medias traslúcidas, a pesar de los  cinco grados negativos.
El flechazo es inmediato. Se observan, se analizan, se desnudan con la mirada, se sonríen.
Los islandeses son gente parca en palabras, ¿pero para qué hablar si se puede tocar?
En la improvisada pista de baile nuestros tortolitos bailan, o algo parecido, pegados como lapas en celo (si es que las lapas tienen el celo, de lo que no estoy muy segura). Arinbjörno, hombre práctico y decidido, coge a Kristbjörg de la mano y se la lleva a su cabaña de madera.
El toqueteo se intensifica, quita guantes, quita medias, tira de las botas, mete mano aquí, saca lengua allá. Cuando de repente, en plena batalla contra las prendas de vestir, los móviles android de última generación de ambos jóvenes se rozan y salta una alarma como si una bomba o la mismísima nave Nosotromo de Alien fuera a explotar.
Pánico, los chicos se miran aterrorizados, empiezan a recoger sus prendas a toda velocidad, se las colocan como pueden en un arrebato de pudor desmesurado, y se sientan formalitos en el sofá, como pacientes en una sala de espera.
  1. -          ¿Y qué tal está la tía Brynhildur? –pregunta Kristbjörg- Felicítala de mi parte cuando la veas. Por cierto, me llamo Kristbjörg, encantada de ser tu prima segunda.
Esta terrible escena, esta muestra de frustración juvenil y calentón interruptus no se habría producido si no existiera esa aplicación del demonio (o de dios, vaya usted a saber quien anda por medio) que impide a los islandeses echar una canita al aire sin tener que pedirle cuentas a su árbol genealógico.
Sus inventores, con la sana y práctica idea de evitar la consanguineidad entre sus coterráneos, han acabado con la espontaneidad de sus hormonas.
¿Así que, por favor, para cuándo una aplicación útil y divertida de verdad? ¿Esa que te dice con qué tipo te lo vas a pasar en grande en la cama, o quien tiene un miembro de escándalo?

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